Cuando algunos limeños descubren Lima... y nada más
En los últimos días, una ola de sorprendidos ciudadanos han convertido las redes sociales en el centro de descubrimientos ecológicos de la capital del Perú. Fotografías y testimonios son utilizados para inmortalizar ecosistemas instantáneamente recuperados debido a las medidas de distanciamiento social para combatir al COVID-19. ¿Qué evidencia contrastable proveen para aseverar tan gustosas noticias? Su experticia en mirar por la ventana de su casa hacia un horizonte cada vez más prístino por la ausencia de humanos que todo lo malogran. Esta mezcla de inocencia ecológica y arrogancia capitalina sólo nos permite llegar a una conclusión: recién descubren Lima.
¿Recuperación de la naturaleza en 30 días?
Comparemos las siguientes imágenes de la Costa Verde de años recientes, con una de las fotografías más viralizadas como referencia a la recuperación de la naturaleza:
Que la calidad del aire ha mejorado en la ciudad es incuestionable, lo es. Pero, ¿creer que en 30 días la naturaleza se ha recuperado de decenas de años de contaminación? ¿tan poco conocemos a los ecosistemas que tanto decimos admirar? ¿A qué se debe que de pronto Lima parezca más silvestre de lo normal?
Aproximadamente, el 63% del territorio de Lima Metropolitana son ecosistemas urbanos. Son bastante más extensos de lo que creemos. Estos ecosistemas son diversos, valles agrícolas, pantanos, desiertos, lomas costeras. No olvidemos el océano y las playas. En estos ecosistemas existen diversidad de especies de flora, fauna y microorganismos, que han aprendido a convivir con nosotros, que han aprendido a soportarnos. ¿Cuántas especies diferentes existen en Lima Metropolitana? No tenemos ni idea, a ningún gobierno nacional o local se le ha ocurrido jamás invertir en semejante tarea hasta la fecha. No todas estas especies interactúan directamente con las personas, como lo hacen algunas aves como las palomas, chiscos o tordos. Algunas aves marinas, mamíferos como vizcachas o delfines, e incluso especies vegetales como la papaya silvestre (sí, en Lima existe una papaya silvestre), han ido confinándose a territorios o más pequeños o más alejados, para evitar la presencia humana que usualmente conlleva no sólo contaminación por residuos, sino también mucho ruido y demasiadas luces.
Digamos que las medidas de aislamiento han generado una suerte de “recuperación del espacio público”, pero no de las personas, sino de nuestros vecinos olvidados. Esta recolonización momentánea no es un fenómeno aislado, se repite en muchas otras ciudades y causan efectos similares de asombro en la población. Puede ser que el privilegio de una cuarentena segura en casa ha obligado a un grupo de limeños a mirar por la ventana al medio día, cuando antes estaban atascados en el tráfico o en alguna reunión de trabajo. ¿Es que acaso creemos que la naturaleza sólo va a mejorar en los distritos ricos? Notemos que no hay muchos reportes de estas “maravillosas consecuencias” en distritos donde la cuarentena es más desafiante, como San Juan de Lurigancho, Comas o San Martín de Porres, pero vemos abundantes descubrimientos desde los balcones de Barranco, Miraflores o San Isidro. Podemos explorar la miopía ecológica de la mal llamada “Lima Moderna”, pero dejemos eso a los expertos. Hay temas más urgentes que merecen nuestra especial atención antes que una crítica de clase a la forma en cómo percibimos lo silvestre en nuestra ciudad.
Afirmar que la naturaleza se está recuperando nos distrae de lo realmente importante
Una cosa es reconocer que diversas especies están explorando espacios ahora sin presencia humana (y nada más), y otra aseverar que “la pachamama está renaciendo y recuperándose”. Existen 2 peligros que se derivan inmediatamente de este nuevo descubrimiento ecológico colectivo que piensa que en efecto la “madre tierra” se está recuperando:
1. Creer que la naturaleza se está recuperando no permite entender que sus amenazas siguen latentes
Los ecosistemas son estudiados por un conjunto de profesionales que se apoyan en la ecología para tratar de entenderlos y descifrarlos. Es muy irresponsable concluir que los ecosistemas se están recuperando y que las poblaciones de diversas especies se encuentren repoblando en 30 días todo lo que hemos dejado libre. Esto porque (1) no tenemos punto de referencia, pues no sólo no sabemos la diversidad de especies de la ciudad sino tampoco cómo son las dinámicas poblacionales de las mismas ni cómo se distribuyen espacial y temporalmente; y (2) porque no es posible realizar evaluaciones como muestreos o censos siquiera de especies indicadoras para afirmar que existe alguna mejoría porque ningún investigador de ecología urbana puede salir a hacer trabajo de campo (¿debería?).
La naturaleza no va a recuperarse sólo porque, de pronto, todos los que podamos estemos en nuestras casas. La causa de la pérdida de biodiversidad no se debe a que la gente sale a la calle, sino a cómo la gente vive y consume. Lima no tiene una política pública de conservación de diversidad biológica, porque no ha resultado interesante para la agenda política ni pública, teniendo consecuencias directas sobre la forma en cómo las municipalidades y las autoridades ambientales invierten en biodiversidad. Miremos que en Lima se invierte menos de un sol por hectárea de ecosistema urbano. Menos de un sol. Estas cuestiones estructurales y de amenaza directa sobre las especies silvestres no se superan quedándote en tu casa mirando Netflix.
2. Creer que la naturaleza se “recupera” sola no permite valorar a sus defensores, quienes la están pasando mal.
Frente a amenazas sistémicas como las mencionadas en el punto número 1, ha surgido desde hace años un movimiento de defensa natural endógeno, genuino y valiente. Defensores de la naturaleza vienen haciendo frente a mafias de terrenos, autoridades corruptas, indiferencia ciudadana a lo largo y ancho de toda la ciudad, desde los colectivos que buscan proteger las playas, hasta quienes han hecho de la defensa de las lomas un estilo de vida aun arriesgando su propia vida . Al mismo tiempo, investigadores y gestores vienen haciendo lo propio para contribuir a tener mejores normativas y más evidencia sobre la cual tomar decisiones acertadas. Incluso, en algunos distritos como Pachacámac, la conservación tiene impactos sociales directos sobre la calidad de vida de la población involucrada: las lomas de Lúcumo. ¿Qué tienen en común todas estas personas? Que no pueden conservar durante la cuarentena. Algunos porque ya no pueden salir a campo a hacer sus faenas respectivas, otros porque deben ver cómo sobrellevar el asunto ahora que sus oficios poco remunerados han sido totalmente diluidos.
La naturaleza en Lima necesita de estos defensores, y los necesita bien sanos y bien pagados. La conservación es también un trabajo y se ha visto severamente afectado a nivel global por todo lo ocurrido, estimándose una afectación negativa que alcanzaría hasta el 80% de profesionales, quienes contribuyen a que organizaciones locales siquiera puedan agenciarse de materiales de campo. Expertos globales afirman que no sólo hay que pensar en la defensa de la naturaleza, sino también en los conservacionistas antes y después de la pandemia, ¿o es que acaso la conservación es identificada como una actividad esencial? No, los fondos van a reducirse seguramente en favor de sectores como el de salud. Podemos pensar en la ya sacrificada vida de guardaparques en las áreas protegidas del país, pero si pensamos en los defensores de ecosistemas en Lima Metropolitana quienes además suelen apoyarse en el ecoturismo para gestionar fondos pequeños, el ejercicio es más incómodo porque resulta que sí está en una escala directa de responsabilidad, de decisión, de política de cada persona que habita la ciudad. Incluidos, por supuesto, quienes andan descubriendo que Lima es un desierto lleno de colores.
Hay que superar la foto bonita
Es un buen momento para evaluar nuevas medidas que accionen la conservación en la ciudad. Es fundamental entender a la conservación como una estrategia de desarrollo, como un eje que aporta a la ciudad y a nuestra calidad de vida. Recientes decisiones permiten algunos avances , pero necesitamos re-fundar nuestra idea de ciudad, de lo urbano, en co-existencia y co-evolución con las especies que siempre han estado aquí también; entender a Lima Metropolitana como un ecosistema, no como una “ciudad con ecosistemas”. Se pueden barajar varias alternativas, desde un impuesto vehicular para generar un fondo público de conservación, o un programa de empoderamiento femenino en base a la defensa de la naturaleza, una gran estrategia de ecoturismo interno en beneficio de poblaciones vulnerables post-pandemia, diseñar una ATU para biodiversidad y superar el peloteo institucional de quién asume responsabilidad, o invitar a ecólogos o meteorólogos a programas de TV o a medios escritos para que expliquen qué está pasando antes de viralizar fotografías de influencers poco informados pero con buenas cámaras. Discutamos sobre esto, no sobre si vemos más pajaritos en las playas, antes que termine la cuarentena y todos volvamos a mentirnos insistentemente en que “Lima es una ciudad gris”.